domingo, 15 de junio de 2008

Capítulo 19



Idiósinis




La primavera y el invierno Todo junto




Los días pasan contando canciones. No muchas, sólo las que están en la radio y suenan conocidas. De alguna época de algún año de su corta vida.

Duda si conseguir amuletos para la buena suerte o contratar a alguien que le haga un manto de protección. No cree en las banalidades, ya que su vida está completa de complejidades. Pero últimamente todo se ve tras un leve manto de humo edulcorante. Un viernes de noche llega un llamado un tanto descolocante. Una amiga le pide para verse. Le dice que hace tiempo lo estaba rastreando y que quiere verlo. Nosferatu no duda ante satisfacer los deseos de una mujer. En eso es completamente débil y fácil presa. No le dan las fuerzas para resistirse a sus gemidos, a sus risas, a sus olores, a sus gestos.
Un sábado ya pasada la semana del viernes anterior. Nosferatu y Quilimana están enredados en un beso sin fin. En esos de que la boca es el cuerpo y los labios, los abrazos y la lengua las caricias. Completamente todo se da en el beso. El beso que abarca la humanidad y crea y destruye el universo constantemente.


El encuentro

“Me acerco para verla. Está con un gorro rasta, fumándose un faso y los ojos desorbitados. Parece de aquedoctum pero no contrae la enfermedad. No quise decirle a Quilimana que la estaba esperando hace años. Que ella bien podría haber sido mi ninfómana de ojos tristes. No creo que ella me complazca en quedarse quieta para mi resumen. Pero si hay algo que puedo aprender de su tristeza. Es la complacencia”
Es obvio que Nosferatu está muy lejos de percibirla como es hoy en día.


La distancia

“Se desfigura una semana más. Ya no hay ninguna que quiera comprar. Mi mente perpleja contradice sus imágenes. Se viene hacía mí. Me acaricia la espalda con un beso que frena todos mis intereses. Me dice: Pasá. Lo intenté – dije mirándola – pero mis pies te desean”


Intimidad

- La noche cierra con espasmos de tormenta, nos embadurna de un verde gigantesco. La vuelvo a mirar. Del brazo entramos en su casa. Quilimana se sienta frente a la computadora. Nerviosa cierra ventanas. Antes de que me de el tiempo de chusmear dentro de ellas, la compu ya está apagada. La música es perceptible. El niño duerme en su cuarto. Quilimana enciende un faso. Con su voz más fiera dice, entre diente susurrando fuerte, - Hoy es noche de charla. Entre descreencias mías de perder en subasta una noche de sexo y ganar unas palabras sobre quien sabe qué. Desvirtúo las palabras, como diría Freud y con mi mente más subrepticia olvido esa maleta y hago el camino de lo sordos.


La distancia

Los ojos están en otro lado. En algún lugar donde está su cuerpo. En alguna parte de esa ropa de colores. En algún rincón de un bolsillo escondido. Su mano contrae otro cáncer. La veo alejada en millas de mí. Me acerco a la caza en frente de su estatua. No deviene chica, no deviene gigantesca. Se masturba en un gemido y ríe. Levemente muestra los dientes. Donde mi estocada culmina su lucha. Cerrándole la boca. Escondiendo esos dientes para saborear la boca.


Armadora

Testigo de nuestro apogeo es la perra. Esa criatura que no tiene palabras pero sus sonidos y miradas dicen todo. Le pusimos hasta nombre a su discreción. Cuan diferente al nombre verdadero del sueño. Del que acomete y todo se apaga.



No creía que una mujer podría despertar eso en mí


Un sábado antes a esta semana. Quilimana y Nosferatu entre dientes. Entre lo no dicho y lo que hay para decirse. Se acercan es un decir para las distancias que tienen sus cuerpos. No saben mucho de cada cual. Pero igual arriesgan. Arriesgan a algo que no sabe de donde viene ni adonde va. (Pero quizás ellos saben algo que yo no sé). Quizás saben o creen saber que van más allá de esta historia. Quizás creen ser más grandes que estas páginas. Quizás creen en que las hojas se llenan constantemente. Y si no soy yo quien las llena. Ellos saldrán de esta historia y vivirán la suya.


Tiempo

“Mi distancia con ella disminuyó al transcurrir la noche. En primera instancia estoy cuidándome del golpe. Pero a medida que pasa el tiempo y el golpe no se da. Me distraigo en ella. En su suave mundo tranquilo. En su mirada de soslayo. En su calma. Quiero que me use. Se lo pido. Le digo que me dibuje. En su calmada parsimonia, extrae delincuentes de soslayo al llenar. Me clarifica con su suave trazo hasta un final no esperado. En el apogeo de la travesía en la que estoy como papel, la tinta se acabó. Fin y quiebre de un sentir. Ya no quiero que me mire tan sólo quiero ser el ave de sus sueños. Pero la miro y la vuelvo a mirar y ay… no hay tinta. Despacio como enjaulado y descuidada caminamos con mis manos para sellar la carta. La dejo cubierta. Cubierta de polvo entre sus piernas. Y me fijo en donde ella pudo estar. Pero no tiene sentido ya que está acá a 2 metros de mí. A mi frente, a mi costado. Rodeándome. Es ella. Ella y su sentir. Tan sólo a ella. A la infatuosa monotonía de los discursos. Y no me quedaron palabras. No. Ninguna. Pero le dije que no me cazara. Se metió en su cobija y me mira desde ahí. Desde ese lugar que no parece de ella. Desde ese rincón cerca del calor. Desde ese colchón oloroso. Y se acerca y me vuelve a enredar. No quiero más sábanas – le dije. Te vas a enfermar – me dijo. Si que es tarde. Si que tengo insomnio. La mire como pocas veces la veo. De alguna manera todo se volvió al día. Sin intermediar palabras, sin usar más hojas. La encuentro ahí en ese instante. Cuando la vi niña otra vez. No sé si ella me encuentra o me captura pero por momentos recuerda cosas de mí que hasta yo olvido. Y cuando me pienso que todo ya está completo, ella me hace dar cuenta que ni siquiera empecé”


El verano completo


El lunes después del primer fin de, Quilimana ya no se está con vueltas. Después de varios enredos y arabescos decide dar el golpe en donde su ojo diestro planteó. El estómago es el lugar donde Nosferatu cae – se dijo. Esa noche lo invitó a su casa como de costumbre, si podemos llamar costumbre a dos noches. Entre toda la fascinación de ser cazado cae en las redes deleitándose de la emboscada al rato de compartir unos besos y unos puchos. Quilimana destapó la heladera, dentro, una costilla impresionante que amenaza con acompañarla con arroz. A criterio de buen degustador logra hacerla desenvainar unas moñitas del placard.
La noche es tenue. La espera se hace larga. Con el plato enfrente deambulando con el olor, el estómago vuelve a reaccionar. Nosferatu devora la carne como perro sin hogar y ella disfruta la victoria. Detrás de sus ojos se denota la calma. Una calma de faso dirían algunas. Pero ella diestra en sus enseñanzas, mantiene el hocico calmado. Mira de lejos los aconteceres que surgirán.


Una puerta

“En la quieta noche la acompaño. La acompaño a ser mujer. A disminuirse con tal de revivirse. Por eso la veo como es. Como infartante madre en principio de mujer. Se desliza por entre mis piernas. Su boca abriga mi pedazo. Se mantiene caliente. Saboreo la displicencia. La miro y la traigo hacia mí. Nos acercamos, nos besamos. Somos la resaca de una generación. Una generación de amuletos. Amuletos muertos que no denotan más que el pasado. Un pasado que se paga con creces en este presente. Un silencio que desvencija las edades a punto de estallar. En su lugar queda una mancha. La marcha en contra de la impunidad. Una impunidad a diestra y siniestra. Un gobierno que se dicta de izquierda y complace más represión que la salida de la dictadura. Un “sedicioso” libre. Una pequeña multitud en llamas. Caminamos por esas calles. Les dijimos que aplaudíamos. Nos miraron. Los miramos. Dimos la retirada antes de comprender la violencia. Nos retiramos en paz. Con la mente llena. En unas palabras se devuelve el golpe. Ese día quisimos cumplir. Pero el himno no lo cantamos. Volvimos a casa. En donde cumplimos con los requisitos. Requisitos de silencio. Para impugnar la marcha. Para olvidar un olvido imposible. No teníamos más remedio. La miré y la volví a mirar. Por ella había ido. Un recoveco en el hormigón. Una especie de oasis en el desierto. Una llanura con calma. La fotografíe. La mimé. La compliqué. Se me acercó y me dijo – No fuiste vos. Quise creerle. Me abrigué.”


Falso fantoche el falso


La única testigo blandía su ternura. Se aquejaba de las banalidades. Aprendía como contorsionarse. Ella sólo se detuvo. Comprende la franqueza del corazón. Amalgama la complicidad de un amor. El amor que se proclaman desde la infancia. El amor que las une. Están “frente a frente” cercándose del dolor. Enfriándose de las “puñaladas”. Ella piensa que esa foto es inagotable. Que cuánta más cercanía tomen más distancia van a tomar. Piensa en la paradoja de un buen amor. En donde aplica la voz de ternura. En cuanto abrazo de piedad. En esa distancia perpleja de cuidados. Las ve cerca, casi al unísono, casi unas. No tienen porqué ser la misma pero se acercan, quizás sea eso la perfecta distancia. La unidad completa. La comprensión de los sexos. Ahí donde se encuentran, en ese lugar tan parecido a una colina. En ese lugar tan de ellas. En esa intimidad profundamente refugiada en las simplezas. Por eso puede ser que estén dando más de lo que tienen. De lo que alguna vez tendrán. Pero ella lo sabe. Por eso mantiene esos ojos. Son la figura viable del amor.

Se ve


Ese sábado pasado la semana de verse con Quilimana comprendió lo que nadie había comprendido en 2 años. Sencillamente lo vio. Le sacó la máscara y encontró su verdadero nombre. Como una especie de indulgencia. Como si su verdadero nombre fuera Quilimana. “Esa que pica hasta encontrar la emanación”. Nombre que yo le puse. Nombre que Nosferatu no comprendía. Nombre que no es el de él. Nosferatu no se llama. Su verdadero nombre no es nombrable por mí por ahora. Quizás se puede asemejar a Manscacuraca. Nombre que por ahora le sienta bien. Que por el momento logra comprender.

“Cuando empecé este cuento creí que podría encontrarlo. Creí que podría dilucidar esa luz blanca. Que no sólo viene del 1500, sino más bien que el nombre que tiene ahora data de esa fecha. Más bien viene de antes de cristo, sabiendo que cristo no fue más que un hombre. Sabiendo que antes sólo existían luces. Energía.”

Ese sábado ella lo miró y cuando él pronunció su nombre mostrando los colmillos, ella no creyó en sus palabras. En esa forzada coraza. Lo que dijo lo dijo sin palabras. Con tan sólo una mirada. Esa que detiene los lugares y mantiene los colores. Hasta el momento.
La calma llegó a esa casa. Llegó en cuenta gotas. Algo para la tranquilidad. Algo para que pueda descansar. Acomodando sus relojes. Acompasándose con el viento. Aunque sea un poco.
Eso le parece un divague a Quilimana pero Manscacuraca lo determinaba como su naciente, al cual ella había hecho referencia. Quizás ella se refería a otro pero dentro de la mente de él era eso. No pudieron cruzar muchas palabras para encontrar un término medio. Quilimana sabía poco de su vida actual, él no la había hecho cómplice sólo compañera de casa. Escuchó sus consejos y su pensar y lo acomodó rápidamente a la vida vertiginosa que estaba llevando en el momento. Eran tantas las explicaciones que debía dar y pensó que el choque de lo que había sido y de lo que es iba a ser muy grande. Estaba por el piso en ese entonces y algo de vuelo obtuvo pero no quiso convertirse en el fénix. Todavía no es muy pronto.
El teléfono se vuelve una herramienta del infierno. Algo de los humanos convertido en enfermedad. Algo de tecnología que tanto podría serle útil se convierte en su testaferro. En esa conversión de la soledad. En ese tridente de Somoza. En la playa donde nadie había desembarcado. En la Hiroshima desolada. En la Iglesia inquisidora.


Una ventana

La calle se ve diferente. Pasó 1 mes y al menos la calle se ve. Algo de luz entra por la ventana. Todavía no puede encontrar su nombre pero al menos Manscacuraca vive. Lo bueno es que respira. Que gracias a la naturaleza sale. Ya abandonó dios y diablo. Pero de alguna forma las cosas mejoran. Quizás su calidad de vida. De una forma algo extraordinaria. Puede decirse que cambió la cama de lugar. Que los cuartos están clausurados y vive en el living. Aunque es una calle tranquila. De su país está claro. Aunque también tiene claro que hace años se quiere ir. Pero esas historias son las que no le permiten ser el fénix. Es tanta la amistad, tanto el tiempo y las desilusiones compartidas hasta la fecha. No puede con otro cambio vertiginoso. Lo intenta pero las energías no son suficientes.


Satélite

Esa historia que vivieron duró tan sólo un mes. Fue extraña. Que a cada rato cambia su nombre. Ahora se ve devastado por la infracción de sus propios límites. No ha sido lo suficientemente hombre para vencerse a tiempo. Pero como dice la religión budista “las ondas demoran en llegar a la orilla”. No cree que todo lo que cultivó sea malo. Tiene cosas para rescatar. Y en eso queda. Quizás algo inconcluso. Quizás concluso hasta la infertilidad. Quien sabe. “Pero de algo está todavía muy seguro” y es que a medida que pasa el tiempo el nombre cambia.

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