domingo, 15 de junio de 2008

Capítulo 1


Mocedades


En el casetero suena Lou Reed con su letra: "I’m so free". De la casa de al lado se escucha el llanto de un niño. Y Reed como visionario dice: "Ladies good night, Is time to say, ladies, bye-bye, Is time to get hide...”

En un país, atrás de un gris castillo solitario, incomunicado con el resto, masticando dientes podridos dentro de los ómnibus, recompensando votos, acariciando lo que no importa y besando lo muerto está Francisco en la cocina preparándose un café. Tiene que entregar en la Facultad de Economía un parcial de su hermano que no puede ir. En la hoja, dice que hay que entregarlo en gabato.
Dos hermosas mujercitas de entre 20 y 30 años están sentadas en un escalón leyendo y cuchicheando. Al pasar la morocha cruza sus ojos con los de él y ambos se relamen.
- Disculpen. ¿Saben donde queda gabato?.
La morocha lo mira sonriendo.
- Gabato, ¿estás seguro?.
Le sonríe de antemano con dulzura.
- Sí.
Sin saber como alargar la conversación acomoda sus piernas revestidas con jeans. Lo mira como perdida.
- No sé. Pero podes ir a preguntarles a las funcionarias.
- Gracias. Hasta luego…chau.

Hace su ritual. Demorruga en la mesita de luz. Con la bombita tapada con un buso atado a los estantes. Arma. Se acomoda en la cama. Agarra “La vida breve”
Capítulo 3


Juguemos en el bosque


Se pregunta en donde estará ese asidero que a ella le hace sacar cosas de ese tipo.

Las personas pasan con miedo de terminar con tan hermosa escena.

- No me querés porque siempre que me quiero expresar me cortas.
- Dejate de actuar.
- Es lo que siempre me decís
- No empieces de nuevo.
- Parece de verdad ¿no?
- Si…ya no sé cuando me hablas en serio
- Te amo.

“Es más que una mentirosa, actúa sus papeles con tanta vehemencia que cualquiera se los cree. Es más cruda con sus papeles de lo que es en la vida, tanto que vida ya no sé que es porque descoloca a todos los que ven”.

Un policía se arrima y lo increpa.
Capítulo 5


¿Terror, drogas y robos?


Es el recuerdo de las voces encerradas. Son las 2 de la madrugada y maneja sin parar desde las 20:00 horas. No se ve nada. No hay luces en la ruta. La radio complica. La calefacción está prendida. Llueve a cántaros. El viento sopla fuerte. A los costados de la ruta, un muro de árboles. Una mano en el volante y en la otra una cerveza. Por momentos la fija contra el freno de mano, agarra un tabaco y hojillas de la guantera, sostiene el volante con la rodilla y arma un cigarro.

- Algún día te vas a matar -

“El olor a pólvora había vencido el aire fresco. Nos dividimos. Hay que reagruparnos”.

- VENI
- CORRE
- CUIDADO
- DE DONDE NOS DISPARAN

El Pelado abre los ojos mira hacia atrás y ve a Mario durmiendo. Ve que Matías esta prendido a la botella.

- Te despertaste, bien, ya me estaba aburriendo
- ¿En que hora andamos? -

Hay una silueta en medio de la ruta. Da un volantazo. Mario se despierta. Bajan del auto.
- ¿Qué paso?
- Este bestia casi pisa a alguien

“Voy a ver si están bien esos tipos. Después de todo frenaron”.
Héctor se les acerca. Los mide. Se lleva la mano a su espalda. Camina por delante de ellos:
- En el estado en que están no pueden manejar, además no pueden
dejarme en esta ruta con esta lluvia, les pido por favor que me arrimen
al pueblo más cercano
Matías se sube al auto. Prende el motor. Saca la cabeza por la ventana:
- Héctor, ¿sabes manejar?
- Sí

Los psicólogos se encargan de analizar las respuestas.

El hecho de encontrar a Héctor en mitad de la carretera los dejó desconcertados. No era nadie que conocieran. Pero siempre cabía la posibilidad de que los estuvieran siguiendo.

A las 4:06 se empiezan a ver las primeras casas de “Nostalgia”. Héctor mira al Pelado:
- ¿Conocés este pueblo? -
….
- Fumo poco, sólo cuando llego a lugares que no conozco
- ¿Tus amigos lo conocen?
- No, me supongo que vos tampoco lo conoces
- Tus amigos están dormidos y supongo que querrán descansar en una
cama.
- Agarrá por esa calle que está iluminada y tiene que haber algo abierto
- Parece ser la calle principal. Ahí está la plaza pero no hay nada
abierto
- Ahí hay un bar abierto pará que pegunto
Se baja y entra al bar.

En la pensión hace calor. Se turnan para ir al baño compartido. Sólo está el dueño. De unos 60 años hablar pausado, sin remera y tomando mate.

En la mañana pasan por una panadería.

En la Terminal de ómnibus dejan a Héctor.

En la plaza el pelado estira las piernas, mira el cielo, relaja el cuello.
- Acá vive una prima que se mudó hace 4 años y no la veo desde
entonces. Quiero quedarme unos días y después los alcanzo en
“Libertad”

EL pelado vuelve a la pensión. Alquila un cuarto por 3 noches. En esos días se dedica a caminar por el pueblo. Lo recorre en su totalidad. No es un pueblo grande. Busca militares pero no encuentra ninguno. Pasa todos los días por la comisaría y nunca ve a más de 3 policías. Antes de irse le manda una carta, en código, a su comandante.




Lucía:
Te escribo desde “Escombros”. Donde estoy desde el jueves 13. Levantamos un desconocido en la carretera. No hablamos mucho, sólo anduvimos unas horas con él y lo despedí. Hace tiempo que no venía y todo sigue igual. Es un pueblo tranquilo, con poca gente. Estuve buscando un uniforme para el abuelo pero no encontré. Creo que nos podemos mudar para acá con la familia. Los guachos siguieron viaje el viernes. Bueno es lunes y estoy por seguir viaje. Te mando muchos besos. En unos días te vuelvo a escribir. Chau.
Capítulo 7


¿Sabes?


La frase está escrita, reluce desde la ventana. Retumba como si alguien se la gritara. La luna está llena. Quizás algo que se moviera en el departamento y matara la quietud. Algo tan fuerte que ahogue el grito. Podría ser tan sencillo como tomarse 18 litros de whisky. La lágrima humedece, sin querer (y hasta intenta impedírselo), la frase. “¿Y si es el comienzo?. ¿Podría hacer que vuelva?”. (Momentos añejos, momentos que se convertirán en nostalgia).

Suena el teléfono. Hola, Teresa, ¿sos vos?, Sí, ¿cómo estás?, Bien, por suerte, con ganas de hacer un viajecito, recorrer algunas playas, Que bueno, Sí y ¿vos?, Nada, acabo de terminar mi pasantía y me voy a tomar unos días, ¿Querés venirte conmigo?, ¿Vas solo?, Sí, va no, ¿si te sumás?, Bueno, puede ser, Dale, hablamos mañana, Bueno, Besos, Besos, Chau, Chau.

Se dirige al cuarto. Agarra un bolso y empieza a meter ropa. ¿Qué estás haciendo?, ¿Yo?, ¿vos que hacés acá?, Es mi casa, Sí, pero..., ¿Pero qué?, ¿Qué hacés así vestida?, Fui al cumpleaños que te olvidaste, ¿Hoy Marisa cumplía los 15?, Sí, Te quería dar una sorpresa, Si, si, Estoy haciendo el bolso porque nos vamos de viaje, ¿A dónde querés ir?, A recorrer el interior que tanto te gusta, Que lindo, pero igual no te perdono por haberte olvidado del cumpleaños, Estaba muy entusiasmado con irme para el interior, Si, si, Estuve haciendo los arreglos, por eso no llegué después del trabajo.

A las 8 de la mañana ya está Pamela despierta. Antes de ir a despertar a sus padres ve una hoja sobre la mesa. Estira la mano para alcanzarla. La lee. Mamá, ¿Qué?, ¿No vas a desayunar conmigo?, Sí, mi amor, ¿porqué decís eso?, Por esta hoja que dejaste en el living, Tirala.

Capítulo 9


Complicidad


A dos días de tu cumpleaños no sabía que regalarte. El día de tu cumpleaños lo metí en una caja que envolví en un papel a cuadros.

- Me acuerdo preciosa, pensé que sería algún animal.
- Sí. Me acuerdo de tu cara.

Hicimos el amor toda la noche.

- Me enamoré de ese anillo.
- ¿Te acordás cuando lo perdiste?

Una de mis amigas me dijo que me deshiciera del anillo. Empezó a planear como sacárselo.

- Fue en esa cena con Mercedes.
- Sí, no te hablé en todo el día.

La caña se estaba acabando. Mercedes lo distrajo (de una manera muy enfática) ya que lo dejó en la mesita de luz.
Al llegar del trabajo le dije que lo había encontrado.

- Buen día Martín.
- Hola.
- Hoy quiero hacer gluteos.
Capítulo 11


No, nó !!


No tengo nada para hacer. Miro el reloj esperando que se hagan las 19:00. Suena el portero. Una mujer para pedir ropa. Empieza a hacer ruido la máquina de hacer café. Me sirvo un café. Prendo un cigarro. Prendo la tele, hago zapping. La apago. Miro un rato por la ventana. Prendo la radio. Me acerco al teléfono. Voy al baño. Me mojo la cara. Prendo un incienso. Agarro el teléfono. Me corto las uñas. Saco mis championes. Me corto las de los pies. Las dejo caer al suelo. Agarro una escoba y una pala y las barro. Me vuelvo a sentar. Me paro y abro la ventana.
El reloj pareciera estar congelado 5 minutos antes de las 19:00. Lo descuelgo. Pruebo las pilas en el walkman y funciona. Miro el cigarro que está por la mitad y recalentado. Aplasto la brasa contra el cenicero. Agarro los fósforos. Prendo la hornalla. Prendo el cigarro. Le doy una pitada larga. Lo dejo en el cenicero. Disco para lo de mi novia. Suena, suena y se corta. Vuelvo a mirar el reloj pero todavía faltan para las 19:00. Pongo el teléfono en el bolsillo de mi pantalón. Miro por la ventana.
Autos, gente. Cierro la cortina y camino hacia mi cuarto. Reboto en la cama y voy a buscar mi cigarro. Abro el placard y saco unas galletas. Como dos galletas. Guardo todo. Saco del cajón de mi cuarto unas pastillas. Las tomo con agua. Apago el incienso, apago la luz. Abro los ojos. Miro el reloj. Son las 23:40.
Capítulo 13


Desorden



Lleva un pequeño bolso, lentes negros, gorro, babuchas y remera. Camina hacia el baño. Vuelve a leer los horarios. Va hacia los asientos. Fuma. Se dirige a la puerta de salida. Observa la gente. Vuelve a los asientos.
Anuncian la salida del ómnibus.

El jefe le dice que lo tiene que despedir. Antes de llegar a su casa, se interna en un bar a tomar whisky. En su casa desembucha el despido.

A las 6:00 se levanta, se da un baño. Sus manos tiemblan mientras sostiene la taza de café.

Se levanta. Limpia, ordena la casa, lava la ropa, hace las compras y cocinar.

En el supermercado el vino no parece muy caro.

El domingo opta por no comprar más el diario.

Por medio de internet logra conseguir un empleo en México.

Compra un buen vino, prepara una buena cena y con su mejor sonrisa por encima de la corbata le abre la puerta a Micaela.
Adrián apaga las velas en la pileta.

Ella llega y lo ve sentado en el patio con la barba escueta y tomando vino.

El martes Micaela llega y lo encuentra tirado en la cama con una botella de vino y todas las sábanas manchadas.

En la cama por las noches se escucha el ruido seco de los golpes.

Una noche de marzo Micaela a los gritos y sangrando sale a las corridas para la comisaría.
Capítulo 15


Cenicienta


Sentada sola (en el bar) a unos metros de la banda con los ojos perdidos piensa mientras juega con el cigarro. Sus ojos, con lágrimas, su egoísmo sin interés.

Analía le plantea a su madre lo que le pasa. El diálogo es casi insoportable.
En la calle se encuentra con una amiga. La invita a ir a la plaza a fumarse uno.

Pasa por la puerta, hace una valija. La madre responde: chau. Un mozo del bar del barrio la ve trastabillar y la invita a sentarse en una mesa.

Al costado de la banda un fotógrafo ve la escena de la muchacha sentada con los ojos húmedos. Se acerca y le saca una foto.

Su padre atiende la puerta, “Tu madre ¿no?”

Su madre levanta los ojos para verla pasar por la puerta.
Capítulo 17


Un color



Un portero rasca los días haciendo algo. Cuando lo ven apurado le da vergüenza. Anda bien vestido restringido en lo que es su trabajo: Una casa.

Se levanta para darse gustos.

Temprano va a lugares que no visitaba hacía 10 años y se encontra con gente que no veía hace casi el mismo tiempo. Los besos y los abrazos se suceden.

Certificados le piden.

Para Andrés es como si ya tuviera el puesto.

Juntó los certificados, riendo y hablando.

En la selección le dicen que hay certifcados que no estan abalados por el ministerio de educación por lo tanto no lo pueden inscribir.

La cara con la que viajó en el ómnibus era el vivo retrato del que sabe que está enterrado.

Los días pasan y vuelve la maldita cotidianeidad.

Unas semanas después tuvo que volver a pedir plata.

Pasaron algunos días. Volvió la cotidianeidad en todo su esplendor.

Un lunes, manso, se levantó temprano. Escuchó levemente los martillazos de la obra de al lado. Se vistió lentamente, después de cerrar las cortinas. Sale por la puerta. Al pasar el ómnibus se tira.


Capítulo 19



Idiósinis




La primavera y el invierno Todo junto




Los días pasan contando canciones. No muchas, sólo las que están en la radio y suenan conocidas. De alguna época de algún año de su corta vida.

Duda si conseguir amuletos para la buena suerte o contratar a alguien que le haga un manto de protección. No cree en las banalidades, ya que su vida está completa de complejidades. Pero últimamente todo se ve tras un leve manto de humo edulcorante. Un viernes de noche llega un llamado un tanto descolocante. Una amiga le pide para verse. Le dice que hace tiempo lo estaba rastreando y que quiere verlo. Nosferatu no duda ante satisfacer los deseos de una mujer. En eso es completamente débil y fácil presa. No le dan las fuerzas para resistirse a sus gemidos, a sus risas, a sus olores, a sus gestos.
Un sábado ya pasada la semana del viernes anterior. Nosferatu y Quilimana están enredados en un beso sin fin. En esos de que la boca es el cuerpo y los labios, los abrazos y la lengua las caricias. Completamente todo se da en el beso. El beso que abarca la humanidad y crea y destruye el universo constantemente.


El encuentro

“Me acerco para verla. Está con un gorro rasta, fumándose un faso y los ojos desorbitados. Parece de aquedoctum pero no contrae la enfermedad. No quise decirle a Quilimana que la estaba esperando hace años. Que ella bien podría haber sido mi ninfómana de ojos tristes. No creo que ella me complazca en quedarse quieta para mi resumen. Pero si hay algo que puedo aprender de su tristeza. Es la complacencia”
Es obvio que Nosferatu está muy lejos de percibirla como es hoy en día.


La distancia

“Se desfigura una semana más. Ya no hay ninguna que quiera comprar. Mi mente perpleja contradice sus imágenes. Se viene hacía mí. Me acaricia la espalda con un beso que frena todos mis intereses. Me dice: Pasá. Lo intenté – dije mirándola – pero mis pies te desean”


Intimidad

- La noche cierra con espasmos de tormenta, nos embadurna de un verde gigantesco. La vuelvo a mirar. Del brazo entramos en su casa. Quilimana se sienta frente a la computadora. Nerviosa cierra ventanas. Antes de que me de el tiempo de chusmear dentro de ellas, la compu ya está apagada. La música es perceptible. El niño duerme en su cuarto. Quilimana enciende un faso. Con su voz más fiera dice, entre diente susurrando fuerte, - Hoy es noche de charla. Entre descreencias mías de perder en subasta una noche de sexo y ganar unas palabras sobre quien sabe qué. Desvirtúo las palabras, como diría Freud y con mi mente más subrepticia olvido esa maleta y hago el camino de lo sordos.


La distancia

Los ojos están en otro lado. En algún lugar donde está su cuerpo. En alguna parte de esa ropa de colores. En algún rincón de un bolsillo escondido. Su mano contrae otro cáncer. La veo alejada en millas de mí. Me acerco a la caza en frente de su estatua. No deviene chica, no deviene gigantesca. Se masturba en un gemido y ríe. Levemente muestra los dientes. Donde mi estocada culmina su lucha. Cerrándole la boca. Escondiendo esos dientes para saborear la boca.


Armadora

Testigo de nuestro apogeo es la perra. Esa criatura que no tiene palabras pero sus sonidos y miradas dicen todo. Le pusimos hasta nombre a su discreción. Cuan diferente al nombre verdadero del sueño. Del que acomete y todo se apaga.



No creía que una mujer podría despertar eso en mí


Un sábado antes a esta semana. Quilimana y Nosferatu entre dientes. Entre lo no dicho y lo que hay para decirse. Se acercan es un decir para las distancias que tienen sus cuerpos. No saben mucho de cada cual. Pero igual arriesgan. Arriesgan a algo que no sabe de donde viene ni adonde va. (Pero quizás ellos saben algo que yo no sé). Quizás saben o creen saber que van más allá de esta historia. Quizás creen ser más grandes que estas páginas. Quizás creen en que las hojas se llenan constantemente. Y si no soy yo quien las llena. Ellos saldrán de esta historia y vivirán la suya.


Tiempo

“Mi distancia con ella disminuyó al transcurrir la noche. En primera instancia estoy cuidándome del golpe. Pero a medida que pasa el tiempo y el golpe no se da. Me distraigo en ella. En su suave mundo tranquilo. En su mirada de soslayo. En su calma. Quiero que me use. Se lo pido. Le digo que me dibuje. En su calmada parsimonia, extrae delincuentes de soslayo al llenar. Me clarifica con su suave trazo hasta un final no esperado. En el apogeo de la travesía en la que estoy como papel, la tinta se acabó. Fin y quiebre de un sentir. Ya no quiero que me mire tan sólo quiero ser el ave de sus sueños. Pero la miro y la vuelvo a mirar y ay… no hay tinta. Despacio como enjaulado y descuidada caminamos con mis manos para sellar la carta. La dejo cubierta. Cubierta de polvo entre sus piernas. Y me fijo en donde ella pudo estar. Pero no tiene sentido ya que está acá a 2 metros de mí. A mi frente, a mi costado. Rodeándome. Es ella. Ella y su sentir. Tan sólo a ella. A la infatuosa monotonía de los discursos. Y no me quedaron palabras. No. Ninguna. Pero le dije que no me cazara. Se metió en su cobija y me mira desde ahí. Desde ese lugar que no parece de ella. Desde ese rincón cerca del calor. Desde ese colchón oloroso. Y se acerca y me vuelve a enredar. No quiero más sábanas – le dije. Te vas a enfermar – me dijo. Si que es tarde. Si que tengo insomnio. La mire como pocas veces la veo. De alguna manera todo se volvió al día. Sin intermediar palabras, sin usar más hojas. La encuentro ahí en ese instante. Cuando la vi niña otra vez. No sé si ella me encuentra o me captura pero por momentos recuerda cosas de mí que hasta yo olvido. Y cuando me pienso que todo ya está completo, ella me hace dar cuenta que ni siquiera empecé”


El verano completo


El lunes después del primer fin de, Quilimana ya no se está con vueltas. Después de varios enredos y arabescos decide dar el golpe en donde su ojo diestro planteó. El estómago es el lugar donde Nosferatu cae – se dijo. Esa noche lo invitó a su casa como de costumbre, si podemos llamar costumbre a dos noches. Entre toda la fascinación de ser cazado cae en las redes deleitándose de la emboscada al rato de compartir unos besos y unos puchos. Quilimana destapó la heladera, dentro, una costilla impresionante que amenaza con acompañarla con arroz. A criterio de buen degustador logra hacerla desenvainar unas moñitas del placard.
La noche es tenue. La espera se hace larga. Con el plato enfrente deambulando con el olor, el estómago vuelve a reaccionar. Nosferatu devora la carne como perro sin hogar y ella disfruta la victoria. Detrás de sus ojos se denota la calma. Una calma de faso dirían algunas. Pero ella diestra en sus enseñanzas, mantiene el hocico calmado. Mira de lejos los aconteceres que surgirán.


Una puerta

“En la quieta noche la acompaño. La acompaño a ser mujer. A disminuirse con tal de revivirse. Por eso la veo como es. Como infartante madre en principio de mujer. Se desliza por entre mis piernas. Su boca abriga mi pedazo. Se mantiene caliente. Saboreo la displicencia. La miro y la traigo hacia mí. Nos acercamos, nos besamos. Somos la resaca de una generación. Una generación de amuletos. Amuletos muertos que no denotan más que el pasado. Un pasado que se paga con creces en este presente. Un silencio que desvencija las edades a punto de estallar. En su lugar queda una mancha. La marcha en contra de la impunidad. Una impunidad a diestra y siniestra. Un gobierno que se dicta de izquierda y complace más represión que la salida de la dictadura. Un “sedicioso” libre. Una pequeña multitud en llamas. Caminamos por esas calles. Les dijimos que aplaudíamos. Nos miraron. Los miramos. Dimos la retirada antes de comprender la violencia. Nos retiramos en paz. Con la mente llena. En unas palabras se devuelve el golpe. Ese día quisimos cumplir. Pero el himno no lo cantamos. Volvimos a casa. En donde cumplimos con los requisitos. Requisitos de silencio. Para impugnar la marcha. Para olvidar un olvido imposible. No teníamos más remedio. La miré y la volví a mirar. Por ella había ido. Un recoveco en el hormigón. Una especie de oasis en el desierto. Una llanura con calma. La fotografíe. La mimé. La compliqué. Se me acercó y me dijo – No fuiste vos. Quise creerle. Me abrigué.”


Falso fantoche el falso


La única testigo blandía su ternura. Se aquejaba de las banalidades. Aprendía como contorsionarse. Ella sólo se detuvo. Comprende la franqueza del corazón. Amalgama la complicidad de un amor. El amor que se proclaman desde la infancia. El amor que las une. Están “frente a frente” cercándose del dolor. Enfriándose de las “puñaladas”. Ella piensa que esa foto es inagotable. Que cuánta más cercanía tomen más distancia van a tomar. Piensa en la paradoja de un buen amor. En donde aplica la voz de ternura. En cuanto abrazo de piedad. En esa distancia perpleja de cuidados. Las ve cerca, casi al unísono, casi unas. No tienen porqué ser la misma pero se acercan, quizás sea eso la perfecta distancia. La unidad completa. La comprensión de los sexos. Ahí donde se encuentran, en ese lugar tan parecido a una colina. En ese lugar tan de ellas. En esa intimidad profundamente refugiada en las simplezas. Por eso puede ser que estén dando más de lo que tienen. De lo que alguna vez tendrán. Pero ella lo sabe. Por eso mantiene esos ojos. Son la figura viable del amor.

Se ve


Ese sábado pasado la semana de verse con Quilimana comprendió lo que nadie había comprendido en 2 años. Sencillamente lo vio. Le sacó la máscara y encontró su verdadero nombre. Como una especie de indulgencia. Como si su verdadero nombre fuera Quilimana. “Esa que pica hasta encontrar la emanación”. Nombre que yo le puse. Nombre que Nosferatu no comprendía. Nombre que no es el de él. Nosferatu no se llama. Su verdadero nombre no es nombrable por mí por ahora. Quizás se puede asemejar a Manscacuraca. Nombre que por ahora le sienta bien. Que por el momento logra comprender.

“Cuando empecé este cuento creí que podría encontrarlo. Creí que podría dilucidar esa luz blanca. Que no sólo viene del 1500, sino más bien que el nombre que tiene ahora data de esa fecha. Más bien viene de antes de cristo, sabiendo que cristo no fue más que un hombre. Sabiendo que antes sólo existían luces. Energía.”

Ese sábado ella lo miró y cuando él pronunció su nombre mostrando los colmillos, ella no creyó en sus palabras. En esa forzada coraza. Lo que dijo lo dijo sin palabras. Con tan sólo una mirada. Esa que detiene los lugares y mantiene los colores. Hasta el momento.
La calma llegó a esa casa. Llegó en cuenta gotas. Algo para la tranquilidad. Algo para que pueda descansar. Acomodando sus relojes. Acompasándose con el viento. Aunque sea un poco.
Eso le parece un divague a Quilimana pero Manscacuraca lo determinaba como su naciente, al cual ella había hecho referencia. Quizás ella se refería a otro pero dentro de la mente de él era eso. No pudieron cruzar muchas palabras para encontrar un término medio. Quilimana sabía poco de su vida actual, él no la había hecho cómplice sólo compañera de casa. Escuchó sus consejos y su pensar y lo acomodó rápidamente a la vida vertiginosa que estaba llevando en el momento. Eran tantas las explicaciones que debía dar y pensó que el choque de lo que había sido y de lo que es iba a ser muy grande. Estaba por el piso en ese entonces y algo de vuelo obtuvo pero no quiso convertirse en el fénix. Todavía no es muy pronto.
El teléfono se vuelve una herramienta del infierno. Algo de los humanos convertido en enfermedad. Algo de tecnología que tanto podría serle útil se convierte en su testaferro. En esa conversión de la soledad. En ese tridente de Somoza. En la playa donde nadie había desembarcado. En la Hiroshima desolada. En la Iglesia inquisidora.


Una ventana

La calle se ve diferente. Pasó 1 mes y al menos la calle se ve. Algo de luz entra por la ventana. Todavía no puede encontrar su nombre pero al menos Manscacuraca vive. Lo bueno es que respira. Que gracias a la naturaleza sale. Ya abandonó dios y diablo. Pero de alguna forma las cosas mejoran. Quizás su calidad de vida. De una forma algo extraordinaria. Puede decirse que cambió la cama de lugar. Que los cuartos están clausurados y vive en el living. Aunque es una calle tranquila. De su país está claro. Aunque también tiene claro que hace años se quiere ir. Pero esas historias son las que no le permiten ser el fénix. Es tanta la amistad, tanto el tiempo y las desilusiones compartidas hasta la fecha. No puede con otro cambio vertiginoso. Lo intenta pero las energías no son suficientes.


Satélite

Esa historia que vivieron duró tan sólo un mes. Fue extraña. Que a cada rato cambia su nombre. Ahora se ve devastado por la infracción de sus propios límites. No ha sido lo suficientemente hombre para vencerse a tiempo. Pero como dice la religión budista “las ondas demoran en llegar a la orilla”. No cree que todo lo que cultivó sea malo. Tiene cosas para rescatar. Y en eso queda. Quizás algo inconcluso. Quizás concluso hasta la infertilidad. Quien sabe. “Pero de algo está todavía muy seguro” y es que a medida que pasa el tiempo el nombre cambia.

Capítulo 21



Qué viene



No queda más que una foto de ella. En su cama, piensa. Se auto cataloga como un perdedor. A mala gana y entre lágrimas se ve en otra mudanza.

“No es un hombre tan solitario como parece. Mantiene los vínculos de su niñez. Los amigos, la familia y las amigas que hizo en esa etapa de su vida. “

Después de la despedida se dirigió tan sólo al bar más cercano que encontró. Estaba solitario, oscuro. Se acercó a la barra y se sentó al fondo.

Con la ventana abierta desde su cama ve avecinarse una tormenta.

¿Quién podría decir que son objetos las mujeres? Cuando sirven para las más placenteras de las necesidades... – bromeaba un hombre de gabardina y ropa combinada, que había entrado al bar hacía poco.

Se puede ser un marinero en la vida. Conociendo cuevas. Descubriendo placeres. Embarcándose en aventuras – Patricio piensa al abrir la ventana y dejar entrar el viento frío y fresco.

“Tiene 30 años, manos delicadas, ojos negros, un timbre de voz que muy bien podría ganar un concurso de canto.”

En su segunda grapa miel entra una pareja. Se sientan en una mesa cercana. Buscan soledad o intimidad.
Al verla girar para besarlo le florecen los ojos. Hablan bajo y por momentos se murmuran.
- No te preocupes, los errores se pueden remediar
Mientras estas palabras de ella le llegan al oído se estremece viéndola acariciarle la cara. A la réplica no le da importancia se queda con esa frase. Tan sólo esa frase y sus dulces movimientos. No esta seguro si ve a esa mujer o a la que lo había abandonado.
Cuando el hombre se levanta para ir al baño. Patricio saca de su morral un poema. Lo firma y escribe su número de teléfono. Se detiene al lado de ella y con una sonrisa se lo da. Paga al barman y se retira.

El viento cada vez es más fuerte, la lluvia se avecina. Es de madrugada y no tiene sueño. Suena “Jagged little pill”. Se sienta en el living frente a la ventana.
Capítulo 23

Parecía tan oscuro el centro


1) La Pintora

Me descalcé. Salía de un concierto de música clásica. Paramos (digo -porque iba con un amigo-) en una jerga de exposición de pintura. Tomamos algo (Siempre en estas ocasiones hay vino o algo para comer). Con un poco más de nafta en la sangre seguimos camino.

2) Dos Mujeres

En la puerta de un teatro hay dos minas sentadas. Una morocha de jeans azules y buzo de lana azul oscuro, que al vernos torció su cuello y movió la pierna izquierda mientras la otra castaña se dedicaba a mirarnos y fue la vigía que señaló la carne.
-¿Estuvo buena la presentación?
Me paré delante de ellas, abrí los papeles los miré:
-Esto.
¿Si estuvo bueno?.
Se miraron entre ellas y empezaron a reírse.

Las miré durante unos segundos pero pareció interesarles más su gracia. Nos despedimos.

Seguimos caminando hasta un bar donde nos tomamos unas Grapa miel y después nos separamos. Yo me fui a la playa.

Las hermosas olas giraban, vibraban, se alimentaban unas a otras, desde el fondo de los cimientos. Y el sol, el sol no existía pues era de noche.

3) Aguas Dulces

Camino varias cuadras por la rambla. Recuerdo Aguas Dulces.
Alquilamos una casa (alrededor de 20 amigos y amigas); una noche en particular.
Me había quedado con Pablo toda la noche tomando vino y hablando. Esperamos que fueran las 6:00, cuando todos volvían, para salir. Íbamos caminado por una calle de tierra, donde están la mayoría de los negocios, llevábamos con nosotros unas botellas de cerveza y estábamos borrachos como para no poder caminar sin tambalearnos. Vimos dos minas que volvían de algún lugar, eran hermosas, delicadas, ni flacas ni gordas. Nos acercamos y empezamos a hablar, recuerdo que tuve que recostarme en una de ellas porque no podía mantenerme en pie. Esta era la menor de las dos, tenía 23 años o eso decía además de una hermosa sonrisa que dirigía hacia mi. La sorpresa (para mí) fue que me dio 22 años. La invité a ir a la playa. La amiga se puso pesada y se fueron. Nunca me habían dado más edad de la que tenía.



4) Taxista

Me tomo un taxi, justo un rato antes que empiece a llover. Miro distante al conductor: Hola, ¿Sabes donde es Av. Italia y Santa Ana?. Es un anciano de unos 60 o 65 años, parece asustarse. Se imita a rascarse la nuca desorbitando los ojos. Pasando 5 cuadras Av. Italia y Comercio, Sí. Prende el limpiaparabrisas. Se acerca y se limita a mirar la calle. Le sigo el juego. Miro la ventana. Hago sonar mis dedos. Suspiro. Lo miro. Prende la radio. Que tránsito que hay esta noche, no se puede ver nada, Están cayendo unas pocas gotas, ¿Vos donde estuviste?, Estuve en Malvín y no llovió casi nada. Frena un poco. Me mira. Mira hacia delante. Dobla para tomar Av.Italia. Giro la cara. En el semáforo prende la luz del techo y mira el reloj.

Al llegar a casa tuve que decirle que me esperara.
-Estoy de paso y dejé a un taxi esperándome
-Viste no desaparecí acá tengo la plata
-Gracias
-Hasta luego

5) Acarreando dolor

En ese momento al cielo lo surca un avión sin alas y con forma de perro. Las personas se convierten en ratas del tamaño de un león. Hay azules, blancas, negras, verdes, amarillas, marrones, naranjas, grises, celestes.
Los colmillos nacen en la mandíbula inferior.
Acostado en mi cama miro el ventilador. Mi cuarto es algo raro pues las paredes son azules y el techo tiene pinceladas negras. Sólo está la cama y una mesita de luz.
Salí corriendo pensando en darle de comer al vecino, ladrarle al perro, robarme un par de botellas de vino del almacén, romper el ascensor del edificio, tirarles algo a los ejecutivos.
Me había equivocado las tareas habituales ya estaban perdiendo su gracia.

6) Las excusas para la felicidad

Mientras soñaba entre sábanas y serpientes diablo, gárgola, dragón y muerte se interponían entre mí y mi adorable sueño. El cuarto crecía mientras las sombras mordían la cama. A mis espaldas se escondía él. El come ojos. Vivía en las alturas a unos 12 pisos de mi casa. Lo quise matar y a mis alturas la lucha fue pareja. Para poder descender y llegar a ella que seguía abrazada a mí tenía que acurrucarse dentro de un útero marino.

7) Los frenos

Nos despertamos y el Eva test, todavía no estaba cargado. Su sonrisa me volvió a enredar. Capaz que todo esto, lo viví o lo imaginé.

Pero, siempre que estoy enfrente a un reloj pulsera reviso la temperatura de mis dientes y miro el tic tac de las manos en eso de, ¿quién sabe cuándo el teléfono sonará? y juntos hablaremos sexo manteniendo vivos los niños muertos y si podes no mires cuantos cd`s hay en la mesa porque vos hundiste rancias flores y el jardín se reverenció de ultima mosca.
Capítulo 25

Al pedo



Caminando por la calle (callados) pensamos si nos dirían si nuestras vidas cambiarían de un momento a otro.
A las 15:00, la ginecóloga, le dijo que las pastillas que estaba tomando no eran seguras y que el test de embarazo, que se había hecho, tampoco lo era. Le recetó una fibroscopía vaginal.
La palabra “aborto” surcó nuestra conversación.
Por mi parte no quería que interfiera. Por su parte quería terminar los estudios. Nos miramos y decidimos tenerlo.
El examen sería a las 20:00.
Hablamos de que había que esperar un tiempo para decirlo. El atraso era de 2 semanas, por lo tanto, era muy probable.
La calle parecía desierta, había tránsito y gente pero parecía que un silencio mortuorio se había apoderado del lugar. Todos los volúmenes eran bajos y ninguna bocina parecía que fuera molesta. Pies rápidos nos llevaron a caminar muchas cuadras en pocos minutos. Ella hablaba del cochecito y miraba vidrieras con ropas para bebé. Yo piraba.
Un niño pasó por al lado de ella y le miró la panza. Ya está dijimos.
En la sala de espera una familia hablaba del sexo de su hijo y cómo lo estaba tomando la familia. Nosotros mudos.
Entró. Salió.
“Es un desajuste de mi organismo”.